Y aún así lo hice. No porque fuese mi obligación, ya que nadie me obligaba a ello. Al menos nadie más que yo mismo. Ese tipo de obligación a la que un día decidimos llamarla conciencia.
Tampoco lo hice por educación. Total, en la sociedad en la que vivimos, la educación hace tiempo que dejó de ser un factor importante para pasar a un discreto segundo plano. Si así lo creen los políticos, quién soy yo para decir lo contrario.
No, tampoco lo hice por salud, otra cosa que de la que nos acordamos solo cuando se echa de menos.
No fue por decencia ni por ni por principios. No me quedaba ninguna razón de peso para hacerlo.
Ninguna más allá de la clásica “porque me dio la gana”.
A ver si ahora voy a necesitar de razones para abrazarte.