Atentamente, mientras que con una mano señalaba la pelota, la otra me apuntaba directamente a mí, acompañados por una mirada que hablaba por sí sola. Yo no sabía qué hacer. Esos ojos me solicitaban como compañero de juego. Una vez más, como tantas. Uno le daba una patada a la pelota, el otro intentaba pararla antes de que entrase en la portería. Lo habíamos hecho mil veces. Sin embargo, mi nieto no conseguía entender por qué no me tiraba al suelo y me revolcaba con él como siempre hacía. Esa mirada, a mitad de camino entre pedir algo sin hablar y no entender nada de lo que estaba pasando. Esa mirada tan especial fue lo último que vieron mis ojos. Al menos lo último que quisieron ver.
Atentamente
