Sin perder la sonrisa ni un solo instante fue capaz de cambiar los pañales por tercera vez esa misma tarde. También tuvo que planchar varias camisas al mismo tiempo que la olla empezaba a quejarse por tanta presión. La lavadora seguía esperando pacientemente su turno. Tropezaba con los juguetes que después tendría que devolver a su sitio. Después llegarían los llantos acompañados de preocupaciones. Las interminables horas sin dormir. Sin embargo, Roberto todo lo hacía sin perder la sonrisa para que, acurrucada en la cuna, su hija no notase la ausencia de su madre.
Sin perder la sonrisa
