Recuerdo con cariño los días que buscaba los momentos en los que perderme en una terraza, acompañado de una taza de café. Era diversión. La incertidumbre de no saber si ese día sería ángel o demonio. Todo era eso, y eso era todo. Era feliz de no ser nadie intentando serlo. Mi pedrada, mi película, mi universo. Ahí es cuando era escritor, porque en realidad para ser escritor lo que único que hay que hacer es seguir plasmando tinta sobre fondo blanco.
Así pasaba los días, hasta que lo divertido se convirtió en un juego diferente. Cuando yo creía que el punto era final, la realidad es que le seguían una gran cantidad de cosas que no tenían nada de divertidas. Quizá al principio sí, pero solo entonces. El caso es que llegó el día donde intenté dar el salto y entonces fue cuando dejé de escribir. Dejé de ilusionarme, de divertirme, de descubrirme tramando historias.
Ya os iré contando.
Pero aquí estoy, intentando mancharme de nuevo de ilusión, aunque sea de poco en poco. Recuperando las ganas de volver a escribir sabiendo que lo que viene después es otra cosa.